jueves, 19 de febrero de 2009

El autor dice de la puesta en escena:

Textos residuales. Sin sujeto claro. No pertenecientes a una obra y su estructura. Todos los textos van por el medio. Sin principio ni fin. Como diría Samuel Beckett: “no importa quien habla”. Lo que se deja en el margen de la estructura teatral. Lo micropolítico. El resto. Por los bordes. Por los intersticios. Textos balbuceantes. Diálogos inconclusos. Pero intensos. Tal vez porque son textos que necesitan la pura experimentación y la resonancia del espectador. Sin hermenéutica posible. No significan nada. Por eso balbucean aun en su aparente seguridad. Balbuceo de temblor en la caída. La puesta de Eduardo Misch es rigurosa. Balbucea y tiembla todo el tiempo. Es su elección. Texto de goce, por oposición al texto de placer, que permite al espectador una lucida comprensión. Textos que desacomodan – con un devenir que no intentan explicar nada. Solo experimentar. Arriesga esa estética y la sostiene. No es complaciente. No es poco hoy.
Eduardo Pavlovsky

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